Taladro culiao, Mamá
Lloraba de rabia contra la pared, el taladro y los vacíos inútiles que dejaba en mi pared. Pero la vida me ha enseñado que mis rabias contra objetos inertes realmente son penas de amor.
Hoy pasé la buena parte de mi día taladrando la pared que da con el lado de mi cama. Lamentablemente para mis vecinos, pasé al menos cuatro horas marcando puntitos en la pared para luego taladrarlos comenzando con la broca más pequeña, seguida de la mediana y luego de la grande.
Llevo viviendo casi dos años en este departamento, el primero que arriendo después de irme de la casa de mis padres. Las cinco repisas flotantes que pedí por Ali Express me llegaron hace ocho meses ya, pero solo me digné a ponerlas hoy.
En mi defensa, traté de ponerlas antes (hace dos meses), pero junto a mi mejor amiga y roomie Nati y su pololo Cris dictaminamos que era una pared impenetrable y por ende, condenada a quedar pelada por los siglos de los siglos, amén. Y es que el taladro llegaba a un tope en todos los hoyos que tratábamos de hacer. Asumimos que detrás de mi pared había solo fierro y que tal vez solo un taladro monstruoso e inconseguible podría lograr la perforación adecuada. Así fue que quedaron cuatro hoyos a medio hacer manchando mi pared los últimos dos meses, los cuales me juraba que arreglaría el día que me acordara de comprar pasta de dientes blanca porque el Cris me dijo que esa era la forma más fácil y barata de tapar los hoyos.
Siempre lo he sabido: en la fe existe Dios y en lo que respecta a los quehaceres de la casa existen mis papás. Hace 2 semanas se me ocurrió por fin pedirles a mis dioses del hogar su taladro y una breve explicación de cómo hacerle hoyos a una pared que no quiere que le hagan hoyos. El Mae, mi padrastro, me explicó que no se trataba del taladro que usaba sino que de las brocas. Con una pared tan firme cómo la mía, tendría que empezar con una broca más finita e ir aumentando el tamaño gradualmente.
Aún así con sus instrucciones, logré agregar dos hoyos negros e incompletos más a mi colección, aunque el tercer intento del día me resultó tras al menos 40 minutos. Hasta una lágrima me cayó de la fuerza que apliqué y la rabia que sentía por mi ineficiencia taladrística. Dejé el taladro en el mesón al frente de mi cama para cuando tuviera nuevamente la fuerza mental para seguir haciendo hoyos.
Las últimas dos semanas me he quedado inmóvil frente a frente con el taladro cada vez que entro a mi pieza. Soy yo contra él. Él me mira desafiante con su broca ya instalada, y yo lo miro impotente cómo una niña que quiere amarrarse los cordones pero aún no le han enseñado cómo hacerlo.
Tras unos días, me lancé nuevamente contra mi pared. No resultó.
Sé que la decisión de independizarme también es decidir hacer las cosas sola. Es decidir subconscientemente que cuando se te pierdan las cosas, no tendrás a tu mamá para que te ayude a buscarlas. Es aprender a destapar la tina o llamar a un gasfiter si es necesario. Es pagar las cuentas mes a mes, sabiendo que a Enel no le va a importar si estás trabajando o no.
Pero ese taladro, justo ese taladro, me hacia pensar que ¿Por qué esto también me toca hacerlo sola? ¿Por qué no viene mi mamá a enseñarme a taladrar, en vez de dejarme solo una instrucción junto a la despedida del fin de semana que fui a la casa — a su casa?
Esas veces que intenté hacer los hoyos sola me salían lagrimas de impotencia. Me frustraba no poder hacer los hoyos que ansié por tantos meses para poder por fin tener mis libros flotando. Lloraba de rabia contra la pared, las brocas, el taladro y los vacíos inútiles que dejaban en mi pared. Pero la vida me ha enseñado que mis rabias contra objetos inertes realmente son penas de amor.
Le gritaba a la pistolita esa taladro culiao cuando realmente quería que mi mamá me leyera la mente y viniera a taladrear conmigo.
Ese taladro culiao se hizo el hábito de recordarme que hace rato que mi mamá y yo andamos distantes. Que aunque independizarse sea parte natural de los ciclos de la vida, viene con sus heridas. Ver partir al ser amado es siempre más doloroso para el que se queda que el que se va. Y cada uno se lame las heridas cómo puede. Para mi mamá se ha tratado de aislarse más de mí. Y para mi se ha tratado de convencerme más y más de que todo lo puedo sola.
Tras tanto intento fallido, dejé tirado el taladro evadiéndolo lo más posible a pesar de que quedó acostado en el mesón al frente mío y ahí está cada vez que me voy a la cama. Por una semana más, ese taladro generó desorden en mi pieza. Generó el ruido que hacen las cosas incompletas y las cosas fuera de lugar. Con la pistola inservible ahí acostada con su cola de cable negra cayendo al piso, todo lo demás en mi pieza se empezó a desordenar más, mientras que la pared llena de hoyos frustrados me espejaba el vacío de la ausencia de mi mamá.
Yo pensaba que estaba bien. Mis estudios de árabe iban en orden, y solo este mes me leí cinco libros, estudié 16 cartas de tarot, escribí más de 40 páginas en mi nuevo diario de vida, y cociné más de lo que pedí por Uber Eats. Pero cada vez que veía el taladro me dolía la guata y todo se sentía más gris e imposible. Dicen que los muertos vienen a penarnos cuando quedan con asuntos pendientes y ese taladro sí que tenía asuntos pendientes.
Ayer me iban a sacar las muelas del juicio y mi mamá me sorprendió preguntándome si la necesitaba. Le dije que obvio que sí, pero que nunca estaba. Así es que como ya estaba nerviosa por mi operación de las muelas, prefería no ponerme más sensible por ir con ella que me ofrecía a último minuto. Después de meses sintiéndome lo más distante que he estado de mi madre, finalmente logré al menos mostrarle (cómo niña taimada) que necesitaba hablar con ella.
Me ofreció venir a mi casa, después de casi un año sin hacerlo. La traje a mi pieza. Se sorprendió al ver cómo la tenía. Le gustó. Me dijo que estaba bonita, con un tono melancólico. Se conmovió al ver que mi peluche Piolín que me regaló mi abuela Mama a los cinco años seguía viviendo conmigo, sin importar donde viviera yo. Cómo que hubiera visto que me cambié de casa, pero no cambié yo.
¿Qué pasa? Me preguntó con dulzura de madre.
No me pescas, le dije llorando.
Me vino a abrazar mientras yo miraba al taladro mirándome desde el suelo. (Ya se merecía el piso).
Yo sé que parezco fuerte y cómo que tengo las cosas claras, pero eso no quita que te necesite. Sé que siempre estás ahí para mí en las malas, pero te necesito en las buenas. Las buenas son casi siempre.
Mi mamá me miraba a los ojos y me entendía. Se acostó en mi cama, en mi departamento y yo sentía como llenaba los vacíos que no habían parado de crecer dentro mío y de mi pared por meses. Ella asumía que yo quería mi espacio; después de todo, fui yo la que se fue de la casa. Yo asumía que yo le daba lo mismo. Que no tenía espacio para mí en su vida.
Lloramos juntas. Nos dimos la mano. La tuve acostada mucho rato al lado mío en mi cama, en mi pieza, en mi departamento, por primera vez.
Justo antes de irse, mi mamá vio el taladro.
¡Nuestro taladro! Me dijo, como emocionada de toparse con un viejo amigo en un lugar tan inesperado.
Pude explicarle por qué no me había funcionado y con su suave voz de mujer y mamá, me explicó las poquitas claves que faltaban para yo poder hacerlo. Tal vez lo más importante fue que me dijo que sí se podían hacer hoyos en mi pared. Que no era una pared condenada. Y que solo me faltaba paciencia y la técnica que me enseñó.
Hoy amanecí agotada después de que me sacaran las muelas del juicio ayer. Agotada, como si hubiera dormido con un taladro trabajando toda la noche. Me costó salir de la cama, me costó escribir las 3 páginas diarias que escribo todos los días para empezar mi día, me costó desayunar y me costó disfrutar.
Hasta que me encontré de nuevo con el taladro.
Esta vez, él no me penaba. Estaba agotada, pero el taladro que una vez llamé culiao me llamaba con su potencial. Sabía qué hacer con él desde la visita de mi mamá. Me puse a taladrar y poco a poco me volvió la energía. Pasé las siguientes cuatro horas del día taladrando (a lamento de la Nati), hasta que finalmente, ocho meses después, yacieron montadas las 5 repisas flotantes que tanto anhelaba.
Y entre todo el desorden de mis libros sin repisas, encontré fotos de mi mamá cuando chica y cuando adolescente, y ya cuando nos tenía a mi y a mi melliza.
Terminé el día de maestra chasquilla pegando las fotos de mi mamá a distintas edades entre las repisas con libros. Nunca alcancé a comprar la pasta de dientes blanca, porque fueron las fotos de mi Mamá a distintas edades las que cubrieron esos hoyos vacíos y frustrados.
Aunque es mi mamá, Daniella también fue niña. Y nuestras niñas viven en nuestro interior aunque crezcamos y nos independicemos, y aunque tengamos hijos y ellos se vayan de la casa. Mi niña suele extrañar a su mamá. Y ahora puedo mirar a mi mamá de niña que también debe de extrañar a su mamá. Pero tiene una hija a quien puede abrazar. Antes de dormir, me quedo un buen rato mirándola entre las repisas que solo pude colgar una vez que mi Madre me inició en el arte del taladro.
Gracias por llegar hasta acá 🪆
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Que linda historia btw yo igual tuve una historia parecida con ese mismo taladro 🤣 algun dia te la contare
Que bello! Que bien encapsulas el amor de madre e hija y el POV de cada una. Para ti era un taladro culiao y para ella un viejo amigo, para ella tú querías espacio y para ti ella no te quería. Además, me encantó la realización de que la rabia a objetos = penas de amor. Eres arte Jose!